ME ENAMORÉ DE UNA CHICA CRISTIANA

Gracias a Dios, no es muy habitual que los canales de televisión estatales emitan films del subgénero «pelis de tardes cristianas» en nuestras sobremesas. Sin embargo, esta categoría goza de una enorme popularidad en Estados Unidos. Tanto es así, que allí tienen su propia plataforma de streaming, Pureflix, y su propio star system, encabezado por el muy devoto Kirk Cameron, el eterno adolescente de Los problemas crecen. Como podréis imaginar, este tipo de cine-siesta tiene una clara intención evangelizadora, pero precisamente eso es lo que lo convierte en uno de los subgénero más eficaces para conciliar el sueño vespertino.

Atraído por su rimbombante título, comencé a ver Me enamoré de una chica cristiana doblada al español latino (forma en la que recomiendo ver este subgénero), con el objetivo de lograr una siesta instantánea que me purificase el alma. Antes de dar la primera de las muchas cabezadas que di, me llamó la atención el hecho de que en los títulos de crédito iniciales figurase Dios como productor ejecutivo. Sí, el Altísimo, el Creador de todo, el Omnipotente, que parece no tener el gusto y criterio cinematográfico que cabría esperar de un Ser como Él, porque pudiendo haberse estrenado como productor con Ciudadano Kane, Casablanca o El Padrino,  prefirió esperar a este proyecto de bajo coste y tedioso guión para iniciarse en el mundo del cine. Los caminos del Señor son inescrutables.

Dios, a lo David O. Selznick.

El film cuenta la historia de un gánster, interpretado por el rapero Ja Rule, que está intentando dejar el tráfico de drogas para introducirse en el mercado bursátil, porque, ingenuo de él, cree que es un mundo más digno y decente que el de los narcóticos. Sus amigos, todos vestidos con la ropa que alguien se pondría en carnavales para parecer un tipo duro, son en realidad gente muy afable que no parece estar metida en negocios especialmente turbios. A pesar de reunirse al rededor de una mesa, en una habitación oscura, bajo una luz tenue, parece que lo más grave que vayan a hacer es cruzar caniches para venderlos a particulares a sabiendas de que hay que adoptar y no mercadear con perros.

La luz está cara, así que solo encienden un flexo a pesar del montón de billetes que tienen ahí.

De hecho, al poco de empezar la película, un señor latino con pinta de mafioso, un magnate de las finanzas, llama a Ja Rule para invitarlo a una fiesta. Inmediatamente imaginé una casa con jardín y una piscina enorme llena de mujeres en bikini y muchos machirulos disparando al aire sus automáticas. Pero lo que verdaderamente ocurrió fue que el evento era un guateque lleno de insulsos repipis bebiendo limonada y que el anfitrión recibió al gánster hablándole de Dios, así, de golpe. Ja Rule, un tanto incómodo por la situación, responde que nunca habría imaginado que fuese un hombre religioso. Su interlocutor aclara: «no nos gusta mucho el término «religioso». Es algo así como el término «ajustes marginales» en el mercado bursátil. Mejor di «un hombre de fe».

Cuando parecía que la fiesta no podía ir a peor, la mujer del anfitrión propuso un rezo colectivo para agradecer que estaban todos allí  juntos y en armonía, o algo así. A cualquiera le hubiese dado un bajón instantáneo y sentado mal el cubata, pero Ja Rule tuvo la suerte de cruzar su mirada con la de una de las invitadas. La conexión entre ellos fue inmediata, a pesar de que la chica, de nombre Vanessa, lo primero que le preguntó fue a qué iglesia pertenecía.

Naranjada en vez de vodka.

La película dura casi dos horas, lo que da para muchas cabezadas, pero entre sueño y sueño logré enterarme de que la relación que comienzan el gánster y la devota pasa por muchos altibajos. Vanessa se asusta cuando se entera de todo lo de las drogas y lo loco que estaba antes Ja Rule, pero como Dios siempre da una segunda oportunidad, ella no iba a ser menos. Le regala una Biblia e intenta cambiar el modo de vida de su nueva pareja. Él pone de su parte, esforzándose en estudiar el Libro Sagrado, pero la cosa no termina de convencerle porque no se entera de mucho. La presión que ejerce la familia política y sus propios padres, que también son unos fanáticos religiosos, tampoco ayuda a que el chico se concentre en lo que viene siendo el rezo.

Ja Rule dándole duro a la Biblia, aunque no termina de enterarse de qué va.

SPOILER: En la parte final me desperté con un accidente de tráfico en el que Vanessa sale muy mal parada, cayendo en estado de coma. Ja Rule acude al hospital y presiona al doctor que la intervino para que haga algo y la salve. La familia de la damnificada lo intenta tranquilizar, diciéndole que confíe en Dios, que Él la salvaría, menospreciando así la dilatada y consolidada carrera del médico que estaba allí, delante de ellos, presenciando la escena, humillado.

El gánster acude a una iglesia y tiene una conversación con el Señor. Le jura que se haría pastor (de los que predican, no de los de las ovejas) si hiciese falta, a cambio de que Él salve a su novia. Reza día y noche al pie de la cama de su amada, hasta que esta, al más puro estilo del Ordet de Dreyer, se despierta bajo una música celestial. Todos le atribuyen el mérito a Dios, aunque en realidad lo que la salvó fue la constante atención médica a la que fue sometida.

Cero fe en la medicina.

Para terminar, quiero comentar el hecho de que Stephen Baldwin y Michael Madsen aparezcan destacados en los títulos de crédito. Ambos interpretan a los policías que investigan a Ja Rule para intentar trincarlo por algún negocio sucio. El primero tiene cierta presencia, siempre espiando desde una caravana a la pareja protagonista, como si de un pervertido se tratase. El segundo sale un total de 25 segundos, suficiente para ganarse un sueldillo a costa de Dios.

Puntuación: 2/5 bostezos

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