PELI DE TARDE EN EL FESTIVAL DE CANNES: LUCES Y SOMBRAS DE UN CRONOMETRADOR DE OVACIONES

Hace unos meses, en la sala de espera del urólogo, me encontré una revista de Jara y Sedal abierta por la sección de anuncios y contactos. Me sorprendió bastante que este tipo de publicaciones, que yo nunca había llegado ni a ojear, contase entre sus páginas con una sección destinada a poner en contacto a cazadores y cazadoras (las que matan animales, no las prendas de abrigo). Y más me sorprendió encontrar, entre mensajes del estilo de “Cazador busca una buena presa para conocerse y lo que surja” o “Escopeta cargada en Segovia esperando que alguien la dispare”, un anuncio con el archiconocido logo del Festival de Cannes, que rezaba de forma sucinta lo siguiente: “Se buscan cronometradores de ovaciones”

Aunque os pueda desconcertar, siempre he sido un fanático del certamen francés. El hecho de amar el cine de sobremesa no me impide apreciar otros géneros más sesudos, ni admirar la obra de grandes directores que, a lo largo de los años, han sido merecidamente galardonados con la preciada Palma de Oro: Fellini, Kiarostami, Buñuel, Haneke, Angelopoulos, Coppola y tantos otros. El solo hecho de imaginarme allí, en la capital del cine de autor, pudiendo compartir espacio con mitos del Séptimo Arte, hizo que no dudase un segundo en enviarles un correo presentando mi candidatura a cronometrador oficial de ovaciones.

Ya os podréis imaginar la alegría que sentí cuando recibí la respuesta del mismísimo Thierry Frémaux, director del festival, anunciándome que había sido uno de los seleccionados para medir el tiempo que duraban los aplausos y vítores tras las proyecciones de las películas. Vuelo y alojamiento gratis, y derecho a dos bocadillos y un plátano diarios. Todo lo que un cinéfilo puede pedir.

Pero pronto me di cuenta de que la experiencia no iba a ser un camino de rosas. Al aterrizar en Niza, un coche del festival me llevó directo a un pequeño pabellón deportivo en las afueras de Cannes, donde habían instalado unas literas oxidadas, con un colchón más fino que un folio, para que los cronometradores durmiéramos. Allí conocí a los que serían mis compañeros/as, gente de diferentes nacionalidades que, como yo, afrontaban esa oportunidad ilusionados. El insalubre recinto habilitado por el festival para nuestro descanso no nos minó el ánimo y comenzamos a charlar de cine distendidamente, compartiendo risas y cervezas. Pero entonces irrumpió en el recinto Zoran, un serbio de dos metros, musculado y de gesto agresivo, el cronometrador más famoso del mundo (según dijeron), curtido en miles de festivales. Sin apenas saludar, nos lanzó a cada uno un chándal gris con el logo del festival, que nos hizo ponernos allí mismo, teniendo que desnudarnos frente al resto, y nos dividió en dos grupos: los que aplaudían y los que medían el tiempo de la ovación. Si el medidor se equivocaba, Zoran lo obligaba a hacer diez flexiones por cada segundo de más o de menos. Una chica de Kuala Lumpur, Kamilah, llegó a hacer unas 240 flexiones durante las dos horas que duró el primer entrenamiento.

La estancia más cuidada del pabellón

Intenté no desanimarme y, a pesar de las agujetas, caminé hasta el bulevar principal de Cannes que transcurre junto a la playa: la Croisette, que yo siempre había pensado que era un tipo de desayuno francés, pero resultó ser un paseo. En cada rincón se respiraba cine: los carteles de las películas seleccionadas adornaban las paredes de los edificios, coches oficiales de cristales tintados iban y venía transportando celebridades, cientos de fans y fotógrafos custodiaban la alfombra roja que desemboca en el  Palacio del festival, cogiendo el mejor sitio para ver de cerca a sus ídolos… Hasta me crucé con el que en un primer momento creí que era un sicario ruso, pero que luego identifiqué como Shia LaBeouf.

Premiere de Megalópolis, de Coppola

A mí regreso al pabellón para el entrenamiento vespertino, un nuevo jarro de agua fría me hizo volver a la cruda realidad del cronometrador: no nos iban a dejar ver las películas. Durante las proyecciones tendríamos que permanecer en un cuarto insonorizado para que nuestro criterio no se viese viciado, pues Zoran mantenía que a la hora de cronometrar ovaciones, el hecho de que nos hubiese gustado más o menos la película podía llegar a condicionarnos, lo que se traducía en inadmisibles errores de hasta cinco segundos. No me doblegué en un primer momento a esa imposición -a mi entender, injusta-, y me las arreglé para ver el film inaugural, The Second Act, la simpática pero no mejor película de Quentin Dupieux, que recibió una ovación de 3’ 43’’.

Mi infracción llegó a oídos de Zoran, que para la siguiente premiere, la de Furiosa: A Mad Max Saga, me encerró con llave en el cuarto de la limpieza, y no me dejó salir hasta unos segundos antes del final del metraje. 7’ 3’’ de ovación.

No quiero aburriros enumerando cada duración de las ovaciones medidas, pero os diré, para vuestra tranquilidad, que gracias al trabajo en equipo junto a algunos de mis compañeros -principalmente con el escocés Murray y con la ya mencionada malaya Kamilah- logré saltarme las restricciones y ver fantásticas películas de diferentes secciones, como I, The Executioner, Three Kilometres to the End of the World,  The Substance, Universal Language, Twilight of the Warriors: Walled in, Motel Destino, Parthenope… Y vivir el momento más importante de todo el festival: la aparición de mi gran ídolo, Nicolas Cage, presentando su nueva locura: The Surfer.

Nicolas Cage recibiendo una ovación de 135 minutos

Con sus luces y sus sombras, la experiencia estaba siendo de lo más estimulante, pero una última imposición hizo que me plantease mi continuidad como cronometrador: me obligaban a medir las ovaciones de las sesiones del sábado y del domingo a las 15:30, la hora de mi imperdonable siesta de fin de semana con una película de sobremesa de fondo. El dilema era tremendo. Consulté a sabios del cine e ilustres tuiteros que se hallaban en Cannes, como Alejandro G. Calvo, Marta Medina, Enrique Lavigne o Paco Fox. Todos me dieron el mismo consejo, que no porque suene a frase de taza de Mr Wonderful deja de ser cierto: “Déjate guiar por tu corazón”. Y aunque creo que me lo dijeron para salir del paso y para que dejase de molestarlos con mis penas, eso hice. Presenté mi renuncia a la dirección del Festival de Cannes, volví a mi casa y me dormí una siesta de cuatro horas. Al despertar, mi ovación a la película alemana de turno que tenía puesta de fondo fue de 12’ 34’’.

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