COCAINE BEAR

El oso es un animal recurrente en el mundo audiovisual, y no solo en documentales de sobremesa, sino también en series y películas. Los hay más amables, principalmente animados, como Baloo de El libro de la Selva, Yogui o Winnie the Pooh, pero también de carne y hueso, como el tierno protagonista de El oso (Jean-Jacques Annaud, 1988). Por otro lado están los agresivos, como el que intenta matar a Leonardo DiCaprio en El renacido (Alejandro González Iñárritu, 2015), el que se enfrenta a Anthony Hopkins y Alec Baldwin en El desafío (Lee Tamahori, 1997), el que termina harto de un documentalista en el Grizzly Man (2005) de Herzog o el reverso tenebroso de Winnie the Pooh en Winnie the Pooh: Blood and Honey (2013). Y luego está el oso que, además de ser agresivo, va drogado, como es el caso de Oso vicioso (Cocaine bear).

Leonardo DiCaprio sufriendo la terrible halitosis de un oso.

Tras el arrollador éxito del remake Los ángeles de Charlie (2019) en países como ninguno, su directora, Elizabeth Banks, se atreve ahora con la historia, basada en hechos reales, de un oso drogado que aterroriza a los visitantes de un parque nacional protegido. Se podrá criticar al film por muchas cosas, pero no por su falta de honestidad: el título es Cocaine bear y, efectivamente, hay un oso adicto a la cocaína.  

El oso jugando al escondite con Felicity.

Un grupo de narcotraficantes, liderado por el malogrado Ray Liotta -en lo que supone uno de sus últimos papeles-, pierde varios quilos de coca en el bosque, y, desesperados, se lanzan en su búsqueda. Lo que no esperan es descubrir que quien se ha hecho con los fardos es un oso gigante, reconvertido en aspiradora, que esnifa compulsivamente la droga en vez de estar tratando de pescar salmones. Por el medio, un grupo de delincuentes, una antipática guarda forestal, unos niños faltando a clase y la madre de estos se pasean entre los árboles para que el oso, muy excitado e irascible, tenga varios objetivos a los que asesinar y, así, justificar los 95 minutos de metraje.

Ray Liotta en uno de sus no mejores papeles.

Pero el verdadero mérito de esta cinta es el de haber iniciado una nueva corriente cinematográfica: el subgénero «animales drogados». Tras el éxito del oso cocainómano, próximamente verán la luz Attack of the Meth Gator, sobre un cocodrilo asesino consumidor de metanfetaminas, Cocaine Shark y Cocaine Cougar, en la que los adictos serán un tiburón y un puma, respectivamente. Yo, como amante de los animales, propondría estas especies para que saliesen drogadas en futuras películas: Koalas, caniches, ornitorrincos y jirafas. Los centros de desintoxicación ya tiemblan ante la posibilidad de tenerlos como futuros pacientes.

Puntuación: 2,5/5 bostezos

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