SANTA CLAUS CONQUISTA A LOS MARCIANOS
Es mi deber, como historiador de las sobremesas, investigar el origen de las pelis de tarde, hallar el semillero de estas piezas fílmicas que tan placenteras siestas nos proporcionan. Dadas las fechas en las que nos encontramos, mi labor se ha centrado últimamente en el subgénero de pelis de tarde navideñas, y gracias a ello me he topado con una obra única: «Santa Claus conquista a los marcianos» (Nicholas Webster, 1964), cinta que supone la primera aparición documentada de Santa Claus en el cine.
En esta reliquia, nuestros vecinos espaciales, los marcianos, se adelantan unas décadas a Jack Skellington («Pesadilla antes de Navidad») viajando a La Tierra para secuestrar a Santa Claus, porque sus niños-marcianos son unos viejóvenes aburridos que cada vez que ven por la tele a los niños-terrícolas se mueren de envidia por lo prosaico de sus vidas, a pesar de ser su inteligencia muy superior a la de los inútiles terrestres. Con ese secuestro, los papás-marcianos pretenden comprobar si el gordo navideño consigue cambiar el talante a sus churumbeles y alegrarlos un poco.
Los marcianos no son seres extraños de aspecto monstruoso, como cabría esperar. De hecho, se asemejan mucho a los humanos, tanto que se podría decir que son personas disfrazadas de pepino, con un casco gigante verde, un pijama verde desgastado y un tono de piel también verde pero cambiante, como si el sudor lo decolorase por momentos.
Un grupo de unos 6 marcianos, que se supone dirigen todo el planeta (los únicos 6 marcianos que vemos en toda la película, a decir verdad), se dirigen, como si de una chirigota se tratase, a consultar a un sabio anciano que vive en una montaña qué pueden hacer con los niños-marcianos teleadictos para que se les pase la amargura. Este viejo, que se hace llamar Chochem, les dice que lo que ocurre es que sus hijos son demasiado listos, y tienen que dejar de aprender cosas y jugar con juguetes y reírse un rato, así que lo mejor sería secuestrar a Santa Claus, que es un maestro de las risas.
Todos parecen estar de acuerdo con Chochem, menos Voldar, el más rudo de los marcianos, con aspecto de actor porno vintage, que, con todo el criterio del mundo (de Marte, mejor dicho), se opone a idiotizar a sus niños con bienes y sentimientos superfluos, alegando que son muy listos y que no necesitan perpetrar esa forzada apropiación cultural que no va a traer más que desgracias e ignorancia a su planeta. Los demás pasan de él y persisten en su descabellado plan, yo creo que desesperados por encontrar una solución y que su familia no les raye más la cabeza.
Así, viajan en una nave espacial llena de botones (de lo que intuyo que su tecnología es muy superior a la nuestra) y llegan al Polo Norte, no sin antes secuestrar a dos niños terrícolas por el camino. En el Polo se enfrentan a numerosos peligros, al frío y a un oso disfrazado de oso polar. Pero, finalmente, a pesar de la oposición de los esclavos enanos que tiene sometidos Santa Claus fabricando juguetes, logran raptarlo y llevárselo a Marte.
De vuelta en su planeta, Santa enseguida consigue ganarse los corazones de los marcianos y conquistar a los más pequeños de la casa. De hecho, se forja una unidad colaborativa formada por niños terrícolas y niños marcianos, que da lugar a una producción en cadena de juguetes destinados a ser repartidos por todo Marte, y crear en sus habitantes necesidades capitalistas que hasta ese momento desconocía, a pesar de la activa y desafortunada oposición de Voldar.
Puntuación: 3/5 bostezos
(Disponible en Filmin)