LA NIÑERA LO SABE

Cualquier fan de las pelis de sobremesa de psicópatas, concretamente del subgénero «niñeras», sabe que la principal regla de este tipo de films es que la niñera siempre sea la mala. Puede sonar baladí, pero gracias a este dogma los espectadores consiguen dormir sus siestas tranquilos, con la confianza plena de que todo transcurrirá como está previsto y que, cuando se despierten en los últimos minutos de metraje, comprobarán con satisfacción que ahí está la niñera, enfurecida, amenazando con un chuchillo a la madre de familia a la que quiere suplantar.

Pero en La niñera lo sabe, su guionista, Scott Collette, tuvo la desfachatez, la aberrante iniciativa, de presentar a la niñera, de nombre Kimberly, como la buena, idea que con posterioridad algún productor decidió financiar y que ejecutó, en último término, su directora, Lindsay Hartley. Todos cómplices de este despropósito. Y que conste que quien escribe estas líneas siempre recibe con entusiasmo las innovaciones que alguna mente creativa y transgresora quiera aportar a nuestro querido Séptimo Arte, pero esto me parece algo inadmisible. Han ido demasiado lejos.

La ya mencionada Kimberly, de aspecto angelical, delicada en sus modales y considerada para con los suyos, es universitaria y, como en Estados Unidos la universidad es más cara que un zumo de naranja en un aeropuerto, se ve obligada a buscarse un trabajo para pagarse los estudios. Tiene una entrevista con una familia, de estas familias estadounidenses que parecen perfectas, con casoplón, coches grandes como camiones e hijo bien educado, que termina contratándola para que cuide del pequeño Jasper mientras el padre trabaja y la madre está de viaje de negocios.

No aceptes el trabajo, insensata!

Kimberly no tarda en descubrir que en esa casa no todo es tan idílico como aparenta. En su primer día, descubre que el padre tiene una amante, con la que retoza en la vivienda familiar. Los pilla in fraganti dándose el lote, pero ellos no llegan a descubrirla porque consigue escaparse sin que se den cuenta. Por este motivo, llega con unos segundos de retraso a recoger a Jasper en un campamento de verano, un error imperdonable para la monitora, que mira a la niñera con desaprobación, para Jasper, que se lo reprocha cada vez que puede, y para la madre de este, que no la despide de milagro. Si el niño llega a caerse en un parque y hacerse una pequeña herida en la rodilla, la matan.

Todo esto porque la pobre Kimberly se retrasó 2 minutos de reloj.

Kimberly comenta con su medio novio todo el asunto de la infidelidad que presenció con sus propios ojitos (de ahí el sesudo título de la película). Manifiesta su intención de contárselo a su jefa, para que se entere de con quién está casada, pero él le dice que mejor no, que pa’ qué se va a meter, que ojos que no ven corazón que no siente.

Contárselo o no contárselo, el eterno debate.

Todo se complica cuando la amante del padre aparece muerta (asesinada) y la policía empieza a investigar el asunto y a hacer preguntas incómodas a la niñera. Además, entra en escena el celoso ex de la fallecida, la tía desequilibrada del pequeño Jasper, un coche que intenta matar a Kimberly… O sea, cosas chungas.

Moraleja: si la universidad en EE.UU. fuese pública y gratuita, a Kimberly no le hubiese pasado ninguna de estas desgracias.

Puntuación: 2,5/5 bostezos

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