Megatiburón vs Crocosaurio
La engañosa simplicidad del título «Megatiburón contra Crocosaurio» puede llevar a algún prejuicioso a reducir esta obra a una simple batalla entre dos seres monstruosos, pero bastan 10 minutos de metraje para comprender que su complejidad trasciende las disputas titánicas.
Christopher Ray, considerado por muchos (incluso por algún familiar suyo) un director de cine infame, consigue acallar a sus detractores dando una verdadera lección cinematográfica sobre cómo mantener un film en un climax constante. Para ello, llena la pantalla de militares estadounidenses muy nerviosos, en perenne tensión, tomando decisiones aleatorias y sin mucho sentido con el fin de acabar con las bestias. Ninguna de ellas parece ser efectiva y eso hace que se agobien más y más.
Ray escenifica así la fragilidad de la sociedad occidental, la facilidad con la que nuestras cómodas y seguras vidas se pueden desmoronar, y para ello no necesita más que dos seres gigantes, asesinos e indestructibles: el Crocosaurio, que, habiendo surgido sin previo aviso de una cueva en el Congo, es cazado y trasladado a Miami en barco, pero termina escapando de sus captores en plena travesía por el Atlántico; y el Megatiburón, que estando casualmente en ese punto exacto del océano, se siente amenazado por la repentina presencia del gran reptil. Pronto comienzan las hostilidades entre ellos, principalmente porque el Crocosaurio (que resulta ser «la Crocosauria») empieza a poner huevos por todas partes, y el escualo gigante no puede evitar comérselos.
Entre tanto caos destacan dos figuras: un técnico en acústica acuática, interpretado por el actor que hacía de Steve Urkel, y un cazador experto en bichos monstruosos, interpretado por otro actor que no es el de Steve Urkel. El primero representa a la ciencia y el segundo a la fuerza bruta. Esta combinación, a priori antagónica, resulta ser la salvación de la humanidad.
A pesar de las rencillas que existen entre ellos, unen sus vastos conocimientos científicos y empíricos para acabar con los monstruos. Utilizan unas esferas hidrosónicas y crean un arco eléctrico a partir de un reactor nuclear. También hacen otras cosas muy complejas que no entendí muy bien porque me quedé un poco dormido. Solo recuerdo escuchar que justificaban con un rigor irrefutable los «cientos o miles» de huevos que estaba poniendo la Crocosauria por toda la costa, asegurando que se trataba de una «adaptación innata que le permite reproducirse a mayor velocidad cuando su descendencia corre peligro». Yo soy de letras, así que a mí me sirve la explicación.
Pero su ritmo endiablado y sus fantásticos efectos especiales, hechos por la compañía que tiene su sede en el edificio de al lado al de la compañía que se encargó de los efectos especiales de Avatar, no deben eclipsar lo verdaderamente importante: el mensaje. Ray y los reconocidos guionistas Micho Rutare y Naomi L. Selfman ponen sobre la mesa temas tan controvertidos como el esclavismo en las minas congoleñas, el tráfico de especies exóticas, las armas nucleares, la impunidad bélica de los Estados Unidos y alguna otra cosa más que no me acuerdo.
Si la veis y os resulta excesivamente compleja, no os preocupéis, es debido a que «Megatiburón contra Crocosaurio» es la secuela de «Megatiburón contra pulpo gigante» y a lo mejor necesitáis ver esta antes para entender todo bien.
Puntuación: 3’5/5 bostezos.