MEGAPIRAÑA
La RAE define la palabra «piraña» de la siguiente forma: Pez teleósteo de los ríos de América del Sur, de pequeño tamaño y boca armada de numerosos y afilados dientes, temido por su gran voracidad.
Obviando la palabra «teleósteo», que no sé lo que quiere decir y me dio pereza realizar una segunda búsqueda en el diccionario para averiguarlo, el hecho de que las pirañas sean de pequeño tamaño y que habiten los ríos de America del Sur contrarresta un poco la impresión que produce lo de la boca armada de afilados dientes y lo de la gran voracidad: Si son pequeñas, pues malo será que uno no pueda enfrentarse a ellas en caso de topárselas. Y, además, están en los ríos de Sudamérica, por lo que los baños en el Miño o en el Duero son seguros.
Pero, cuando ya estábamos tranquilos, llegan los de la productora The Asylum y, como suelen hacer en sus películas con cualquier animal peligroso, le meten un MEGA antes de PIRAÑA, multiplicando su tamaño con un simple prefijo, y avisan de que los pececillos asesinos pueden extenderse por todo el mundo en cualquier momento. Entonces, los lejanos bichitos acuáticos se convierten, de golpe, en criaturas monstruosas que pronto estarán en la puerta de tu casa dispuestos a devorarte.
Si bien es cierto que directores como Joe Dante, James Cameron o Alexandre Aja ya nos avisaron de los peligros de estos carnívoros seres acuáticos en alguno de sus films, y que en Verano Azul había un personaje al que llamaban Piraña, hasta Megapiraña nadie se había atrevido a realizar una película sobre pirañas con tan bajo presupuesto, con efectos especiales hechos con el paint, guión escrito por un mono fumador y frenéticos planos grabados por un operador de cámara con párkinson. Y eso tiene un gran mérito.
El film comienza en el río Orinoco. Sabemos que es Sudamérica porque la imagen tiene el típico filtro «amarillo sudamérica» que le ponen los estadounidenses a todas las historias que se desarrollan al sur de Texas. El ministro de asuntos exteriores de Venezuela y el embajador de EEUU en ese país están reunidos en una lancha, rodeados de mujeres en bikini, tratando negocios de dudosa legalidad. Por la pinta infame de los diplomáticos, ya suponemos que van a ser devorados por las pirañas en cuestión de segundos. Y así ocurre, desencadenando este hecho un grave conflicto diplomático.
Parece ser que unos científicos yanquis experimentaban en la zona con pirañas, haciéndolas mutar o algo así (soy de letras y no entendí nada de sus inverosímiles explicaciones), y la cosa se les fue de las manos: las pirañas mutantes son hermafroditas, tienen varios corazones y estómagos, resisten a ataques nucleares y triplican su tamaño cada pocas horas. Un marrón.
Para solucionar la papeleta, desde Washington envía a Fitch, un tipo musculoso, de limitada expresión facial, que es un presunto experto en arreglar conflictos internacionales. Lo recoge en el aeropuerto un militar con una cartulina que pone «FITCH». Allí, lo aborda una de las científicas y le dice que la muerte de los diplomáticos fue a causa de las pirañas y no de un atentado terrorista.
El problema es que el Coronel Antonio Díaz, un alto cargo del ejército venezolano (ejército que, por lo visto en la película, está formado por unos 10 militares), está convencido de que la muerte de los diplomáticos fue cosa de terroristas. No sale de su engaño hasta que Flitch mata a una piraña, que aún no es tan mega, y aquel ve el peligro acuático ante sus propios ojos. Entonces, con toda la razón del mundo, culpa a los científicos de crear a esas bestias.
En Megapiraña intentan presentar al Coronel Antonio Díaz como un psicópata autoritario. Y puede que lo sea, pero está en su legítimo derecho de pretender apresar a los científicos estadounidenses que, como siempre hacen los yanquis, jugaron a ser Dios en un país soberano que no es el suyo.
Me indignó tanto el injusto trato otorgado al coronel, que no pude disfrutar del resto de la película, repleta de desquiciadas batallas militares entre las, ya sí, megapirañas y helicópteros y barcos de guerra.
Puntuación: 2/5 bostezos