PSYCHO YOGA INSTRUCTOR (EL PROFESOR DE YOGA)
El director Brian Herzlinger siempre tuvo claro que quería hacer películas de sobremesa. Su madre, la Sra. Herzlinger, cuenta una y otra vez a sus amigas cómo el pequeño Bri (así le llama ella) fantaseaba con que la niñera que cuidaba de él la intentase asesinar, tal y como veía que ocurría en los telefilms. Cuando se hizo mayor, tras estudiar en la Escuela de Cine de Sobremesa, logró su objetivo (no el de que la niñera matase a su madre, sino el de hacerse director). Sin embargo, Hollywood no lo trató bien en sus inicios: todos los encargos que le hacían eran del subgénero «romance» o «Navidad», nunca de psicópatas. Su gran oportunidad llegó con «Duerme pequeña» (2017), en la que un canguro (oficio, no el animal) acosaba a la familia que lo contrataba. Brian estaba pletórico con el proyecto, pero sabía que si quería continuar rodando películas sobre majaretas asesinos debía encontrar la historia perfecta.
En el 2020, un año nefasto para la mayoría de la humanidad, la suerte sonrió a Brian Herzlinger, pues cayó en sus manos esa historia perfecta que buscaba: «Psycho Yoga Instructor», traducida como «La posición perfecta» según la voz en off inicial que lee libremente el título en español. En ella, una ama de casa, Justine, está pasando por una mala racha, ya que su atareado marido no le presta atención y la agencia de adopción a la que había enviado una solicitud con la intención de que un retoño entrase en su vida para salvar su matrimonio le deniega la petición. Una lasciva amiga suya, que la ve de bajón, le dice que se apunte con ella a yoga, que el profesor, un tal Dominic, le va a renovar todos los chakras solo con verlo.
«Hoy, cuando venía hacia clase, me di cuenta de algo. Había algo verde que sobresalía del asfalto. No sé si era una flor, una planta u otra cosa. Pero respeté su perseverancia. Todos somos prisioneros, como esa rama. Y así como ella lo hizo, también debemos abrirnos y alcanzar nuestro potencial. Esa rama era pequeña, era insignificante, estaba en el lugar equivocado, pero no sentía vergüenza. El mundo quiere que sean de esa forma: pequeños, insignificantes, inapropiados. Pero si se mantienen firmes, sin arrepentirse, el mundo tendrá que aprender a aceptarlos». Con este discurso, excesivamente simplón y largo como para ser plasmado en una taza de Mr. Wonderful, irrumpe Dominic en la primera clase de yoga de Justine, y, aunque nos parezca imposible que esa disertación pueda funcionar, al igual que nos parece imposible que el pesado de la guitarra se ligue a todas las chicas en la playa, la nueva alumna cayó automáticamente presa de los encantos de su profesor.
En cuestión de días, Justine se olvida rápidamente del niño que quería adoptar, de los problemas con su marido y del resto de conflictos que asolaban su vida y se convierte en una experta en la postura del gerrero 1, postura del guerrero 2, postura del triángulo… Todo gracias a las 5 clases semanales que recibía de Dominic, para disgusto de su marido, un tipo aburrido que en mi opinión se lo tenía bien merecido.
Sin embargo, a Justine le entran los remordimientos típicos de las protagonistas de las pelis de sobremesa, y decide dejar las clases para no enojar a su hombre. Ante esto, el profesor con aspecto de surfero despreocupado, ese mismo que vendía buenrollismo budista y saludaba con un «namaste», se convierte en un majareta peligroso y comienza a acosar a la alumna perdida. La amiga lasciva que al inicio había aconsejado a Justine que se apuntase a yoga, ahora le viene con el rollo de que descubrió que el tipo es un psicópata con antecedentes y que tenga cuidado (¡a buenas horas!).
Paro aquí porque considero que debéis descubrir el final por vosotros mismos y apreciar cómo Brian Herzlinger se deleita resolviendo con maestría esta historia de yoga, pasión y sangre.
Puntuación: 3/5 bostezos