UN DESEO IRLANDÉS
Desde pequeña, Lindsay Lohan parecía destinada a protagonizar pelis de tarde. En su debut en la gran pantalla, con tan solo doce años, interpretó a las revoltosas hermanas gemelas de Tú a Londres y yo a California (Nancy Meyers, 1998), un clásico instantáneo del cine de sobremesa que aún emiten las televisiones cada cierto tiempo, amenizando las siestas de familias enteras. Luego vendrían otros soporíferos títulos como Una auténtica muñeca, Ponte en mi lugar o Lo dice Georgia. Y después, tiempos erráticos y oscuros tanto en lo profesional como en lo personal.
Pero entonces, las pelis de tarde volvieron a su vida para encauzarla de nuevo. En 2022, de la mano de Netflix, fue la estrella de Navidad de golpe (dirigida por Janeen Damian), y ahora la plataforma vuelve a apostar por ella para la presunta comedia romántica Un deseo irlandés, en la que repite como directora Damian, consolidando un tándem que promete traer muchas alegrías al cine-siesta.
Al igual que otros grandes clásicos como El hombre tranquilo (John Ford, 1952), Michael Collins (Neil Jordan, 1996) o El viento que agita la cebada (Ken Loach, 2006), Un deseo irlandés transcurre en Irlanda. Además, en ella se formula un deseo. Por lo tanto, su título no engaña a nadie.
Lindsay Lohan es una editora/correctora neoyorquina que está enamorada de Paul Kennedy, el escritor con el que trabaja (en realidad, le escribe ella los libros y él se lleva la fama). Su madre, interpretada por la Doctora Quinn, le insiste en que se le declare, pero ella no se atreve. En una fiesta, Lindsay le presenta a Paul a sus amigas, y entre una de ellas y el escritor surge el amor. Para desgracia de Lohan, no es algo pasajero: Paul y la amiga se van a casar en Irlanda, y ella será la dama de honor.
Pronto nos enteramos de que la acción se traslada a tierras irlandesas por la música folk celta que suena de fondo, porque todo es muy verde y porque no hay ni una sola edificación de más de dos plantas y casi todas son tabernas. Vamos, lo que uno espera de Irlanda. Allí, una Lindsay Lohan amargada por el desamor se tropieza con un fotógrafo que, instantáneamente, sabemos que va a ser con el que se enrolle al final, porque es lo que pasa en este tipo de pelis cuando dos se tropiezan.
Aquí me quedé dormido, pero entre sueños pude ver como Lohan se sentaba en un banco de piedra bajo un árbol muy bonito, al que de forma superoriginal llamaban «Banco de los deseos». Una señor de aspecto de duende irlandés, pero que luego resulta ser Santa Brígida, le dice que formule su anhelo más profundo, y ella pide casarse con Paul Kennedy. Entonces, pierde el conocimiento y se despierta siendo la prometida del escrito. Ella se despertó y yo me quedé dormido definitivamente, por lo que no puedo terminar mi reseña con el rigor que me caracteriza.
Si John Ford viviese, se arrancaría el ojo bueno.
Puntuación: 2/5 bostezos